«Para educar hay que amar»
Utilizamos una metodología pedagógica peculiar que Marcelino y los primeros maristas iniciaron y que era innovadora en muchos aspectos.
Hacemos nuestra la idea de que para educar bien a los niños hay que amarlos, y amarlos por igual. Según este principio, las características de nuestro estilo educativo son: presencia, sencillez, espíritu de familia, amor al trabajo y seguir el modelo de María.
Educamos, sobre todo, haciéndonos presentes entre los jóvenes, demostrando que nos preocupamos por ellos personalmente. Les brindamos nuestro tiempo más allá de nuestra dedicación profesional. Establecemos con ellos una relación basada en el afecto, que propicia un clima favorable al aprendizaje, a la educación en valores y a la maduración personal.
Nuestra sencillez se manifiesta en el trato con los jóvenes a través de una relación auténtica. Es el fruto de la unidad entre pensamiento y corazón, carácter y acción, que se deriva del hecho de ser honrados con nosotros mismos y con Dios.
El gran deseo y la herencia del padre Champagnat es que nos relacionemos los unos con los otros y con los jóvenes como miembros de una familia que se ama.
A través de una pedagogía del esfuerzo, tratamos de que los jóvenes adquieran un carácter y una voluntad firmes, una conciencia moral equilibrada y valores sólidos en los que se fundamente su vida. Cuidamos la motivación y el proyecto personal de cada uno, promovemos el trabajo en equipo y les ayudamos a adquirir un espíritu de cooperación y sensibilidad social para servir a aquellos que tienen necesidad.
María es el modelo perfecto para el educador marista como lo fue para Marcelino. María, mujer seglar, primera discípula de Jesús, orienta nuestro camino en la fe. Como educadora de Jesús de Nazaret, inspira nuestro estilo educativo.